Lectura Dominical,  Momento Deportivo

Antes y después del Alpe D’Huez

Hace 40 años Colombia buscaba, una vez más, los caminos de la paz. Belisario Betancur Cuartas, entonces presidente de la nación, puso a volar por primera vez desde la Casa de Nariño la Paloma de la Paz que anidó en calles, paredes, ventanas y en cualquier parque en el que su silueta se dibujó.  

En 1984 palomas pintadas eran parte del paisaje nacional, y representaban el proceso que pretendió acabar con el secuestro, la extorsión y el terrorismo por parte de grupos armados como las FARC-EP, el M-19, el EPL y el ADO.

El siete de febrero de aquel año se logró el primero de los acuerdos, con las FARC-EP, pero los incumplimientos, de lado y lado, no lograron poner fin a una guerra que, aunque cambie de protagonistas, hace años superó a la de los Mil Días.

Además, como si no fueran ya suficientes los ríos de sangre que recorrían el país, aquel año Colombia despertó con otra guerra. En la noche del 30 de abril, el entonces ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla fue asesinado por sicarios que obedecían órdenes del cartel de Medellín. Se inició así un enfrentamiento que dejó 15 mil muertos, según cifras oficiales, entre 1984 y 1993, los nueve años del auge del cartel de Pablo Escobar.

Un ciclista nacido en Fusagasugá logró ese año lo que parecía imposible: parar las balas y ganar una etapa en el Tour de Francia, la carrera ciclística más importante del circuito mundial.

La radio sintonizó a todos, en ciudades y en el monte, hasta donde llegaban las ondas con noticias de los ciclistas mientras el país se abrazaba y respiraba, por un mes, la paz que firmó por esos días el M-19. Una paz que fue un espejismo.

Lo que no resultó una quimera fue el triunfo de aquel ciclista de 23 años: Luis Alberto Herrera. Su camiseta de tres colores (amarillo, azul y rojo) le habló al mundo de su alegre país que se sumergía en medio de las balas. El jardinerito, como también le decían, dio el primer pedalazo mediático para Colombia en un deporte que sigue hablando bien del país. Pero antes de esta hazaña, los escarabajos colombianos mordieron, literalmente, mucho polvo.

ANTES DE EUROPA

En los años 1950, cuando la vuelta a Colombia comenzó a rodar, las orillas de las polvorientas carreteras del país se vieron invadidas de campesinos que bajaban o subían de sus veredas para ver el paso de sus paisanos trepados en un “juguete”, por entonces, propio de familias acomodadas de la ciudad. Y mientras los labradores comenzaron a sentir admiración por los ciclistas, estos empezaron a descubrir y a mostrar el país.

Pero a ninguno de ellos: campesinos, ciclistas o al más optimista de los acompañantes del pelotón, se les debió pasar por la cabeza que un ciclista colombiano lograría competir en el Tour de Francia, la más antigua de las vueltas. Más atrevido era soñar con un hijo de estas tierras cruzando con sus manos arriba en una etapa francesa. Por eso cuando el 16 de julio de 1984 Lucho Herrera ganó en el mítico Alpe d’Huez, la historia de este deporte en Colombia se partió en dos.

El camino a Europa no fue fácil. Correr el Tour de Francia tuvo visos de imposible, un sueño alimentado por días de carreteras polvorientas en los que el ciclismo se convirtió en tradición del pueblo, de gente humilde, del campesino que soñaba con una bicicleta no precisamente para correr el circuito del pueblo. Se corría, y se corre, para ir al trabajo o a la escuela.

Antes de la primera hazaña en el Tour de Francia, antes de esa etapa que terminó en el Alpe D’Huez, la Vuelta a Colombia fue la gran prueba esperada por los campesinos. Su gran cita familiar de cada año en la que buscaban alguna loma cercana al trazado de la carrera, que habían escuchado en la emisora Nuevo Mundo, para sentarse alrededor de un piquete y de unas cervezas. Esperaban, con la paciencia que suelen vivir, hasta ver pasar al último del pelotón que seguramente ya corría solo por honor, fuera del límite de tiempo.

Otros no resistían quedarse arriba y, casi rodando loma abajo, buscaban la orilla de la carretera. Había que alentar a los corredores, animarlos y si se podía, echarles agua para refrescarlos. Y eso hacían. Desde esas lomas, o de la orilla de alguna carretera, los campesinos vieron a corajudos ciclistas luchar por llegar de un lado a otro en medio del barro y de las piedras que antecedieron al asfalto. 

Muchos de ellos tuvieron que correr con el peso añadido de su herramienta, pues las dificultades que presentaban aquellas carreteras también las sufrían los pocos carros en los que viajaban los mecánicos de la caravana que se quedaban sin cumplir su labor. Viejas fotografías que nos muestran a pedalistas con neumáticos de repuesto a sus espaldas, dan fe de ello.

La vuelta a Colombia nació en el año 1951, y con ella se oficializó el ciclismo en nuestro país. Esa primera edición se corrió en plena violencia bipartidista, entre el cruce de balas rojas y azules.

Efraín Forero, al que llamaban ‘El Zipa’, fue el primer vencedor. Un francés llamado José Beyaert ganó la segunda edición y se quedó en el país para preparar ciclistas; luego llegó desde Marinilla, el municipio del oriente antioqueño, Ramón Hoyos Vallejo para ganarse cinco ediciones de la vuelta, entre 1953 y 1958 convirtiéndose en el primer ídolo de las carreteras colombianas.

‘El Zipa’ Forero, primer campeón de la Vuelta a Colombia.

Martín Emilio ‘Cochise’ Rodríguez fue el preferido de los años 60, se impuso en cuatro vueltas a Colombia y junto a él despuntaron nombres como los de Rubén Darío Gómez, Roberto ‘Pajarito’ Buitrago y Javier ‘El Ñato’ Suárez. Eran años en que el país no se veía a través de un televisor, pero se escuchaba por medio de vastos radios y grandes voces emocionadas que emocionaban a todos los que estaban atentos a lo sucedido en las carreteras; una de ellas, la del gran Carlos Arturo Rueda.

En la década de los años 1970 Rafael Antonio Niño, un corredor que probó fortuna en Europa, conquistó seis ediciones de la vuelta nacional, la primera con solo 20 años. Junto a él brillaron Álvaro Pachón y Alfonso Flórez Ortiz.

Fueron ellos los primeros dueños de los recortes de prensa que cubrieron las paredes de las tiendas de pueblos y veredas en donde se hablaba de las vueltas en bicicleta, mientras los pisos de tierra se tapizaban con tapas de cerveza.

Pero la Vuelta a Colombia no era la única cita, muchos pueblos tenían sus circuitos o una ‘’doble’’ que consistía en ir de un pueblo a otro y regresarse. Pruebas a las que asistían cazatalentos y en las que corajudos ciclistas pedaleaban por llegar primero a la meta y quedarse con el premio grande: una medalla y una copa que decían era de plata, pero que en pocos días perdía su brillo.

En las ciudades, los barrios también organizaban circuitos los fines de semana a los que la prensa nacional les daba la importancia de una gran competencia, incluso más de la que se le da en estos tiempos a las grandes carreras.

Otra gran prueba se sumó a la Vuelta: el Clásico RCN que nació pequeño en 1961 y que fue creciendo con el auge de los ciclistas. Hacer el doblete en estas carreras era lo máximo a lo que podía aspirar un corredor colombiano.

En esas dos pruebas nacieron los primeros ídolos del deporte de las bielas y los pedales. Ellos despejaron caminos de gloria a punta de pedalazos, encima de bicicletas pesadas y cubiertos con camisetas de gruesos algodones que se utilizaban bajo el sol o la lluvia. Y todos con una gorra que los protegía de los rayos del sol, pero no de los golpes. Y en la visera, el nombre patrocinador: Ferretería Reina, Caribú, Perfumería Yanneth, Relojes Pierce, Caucho sol, Néctar, Singer o Banco Cafetero, entre otras marcas.

Y LLEGARON A PARIS

Fueron estos ciclistas los pioneros de un deporte en el que nuestros escarabajos – como los llamó Carlos Arturo Rueda- siguen brillando. Entre los primeros y la generación de Lucho Herrera se dieron pedalazos que fueron la antesala de los grandes triunfos en Europa:

Ramón Hoyos, Héctor Meza, Fabio León, ‘El Zipa’ Forero, Mario Montaño y Oscar Oyola corrieron, en 1953, la Route de Francia. José Beyaert, el ciclista francés que había ganado la vuelta a Colombia, pensó que era la hora de ver a los colombianos en Europa y allá los llevó. Beyaert fue el director técnico del equipo que solo resistió cuatro de las doce etapas, pero que quedó en la historia del ciclismo colombino como el primero en llegar a Paris. 

El 22 de julio de 1971 Giovanni Jiménez Ocampo en carreteras de Bélgica abrió las metas europeas. Ese jueves se corrió el Gran Premio de Mechelen. Fueron 140 kilómetros antes de la meta a la que llegó primero el ciclista antioqueño quien por entonces tenía 29 años, y corría como profesional en el equipo francés BIC. Jiménez ganó tras un embalaje superando al belga Willy In’t Ven y al holandés Mat Gerrits. Fue el primer colombiano en ganar en Europa.

‘Cochise’ Rodríguez salió de las carreteras destapadas de Antioquia a correr en las pistas italianas. Se coronó como nuestro primer campeón mundial al imponerse en los 4.000 metros de persecución individual en Varesse.

El antioqueño paró los relojes el 27 de agosto de 1971. Luego correría en las filas del equipo italiano Bianchi-Campagnolo siendo el primer corredor colombiano en alcanzar la profesionalidad. Ganó dos etapas en el Giro de Italia, en 1973 y 1975, convirtiéndose en el primer colombiano en ganar una etapa en una de las tres grandes vueltas: la francesa, la italiana y la española. Pero los colombianos no lo vieron ganar a través de un televisor, ni escucharon sus triunfos por la radio, y eso le restó latidos de emoción a esas dos primeras hazañas. Ganó las dos etapas, de recorrido plano, en el embalaje final. La primera por tres segundos, al italiano Marino Basso, por entonces campeón del mundo. En 1975 corrió el Tour de Francia, siendo el primer colombiano en hacerlo.

´Cochise´ Rodríguez, primer colombiano en el Giro de Italia y el Tour de Francia.

Rafael Antonio Niño corrió para un equipo italiano, el Jolly Ceramica con el que corrió el Giro de Italia en 1974. Antes había hecho parte del primer equipo colombiano que incursionó en el Tour de L’Avenir, en 1973. El ‘Niño de Cucaita’, como lo llamaban, abandonó la carrera en la segunda etapa y su participación fue anecdótica. Abelardo Río y Luis Hernán Díaz, los otros colombianos en competencia, quedaron noveno y décimo en la clasificación general.

Alfonso Flórez Ortiz nacido en Bucaramanga, se ganó el Tour de L’Avenir, la gran carreras francesa para aficionados, en 1980. La misma que siete años atrás había abandonado el ‘Niño de Cucaita’. Fue el primer gran triunfo en Francia.

Su victoria, dos años después, abrió las puertas a la participación de equipos colombianos en las grandes carreras del circuito europeo. Entre ellas el Tour de Francia donde él compitió. 

LA GRAN AVENTURA

Así fue bautizada por la prensa colombiana la excursión de los escarabajos en carreteras europeas en el año 1984. El equipo colombiano llegó con bicicletas prestadas y uniformes no oficiales a la segunda carrera más importante de Francia, el Dauphiné Liberé. Toda una odisea, pues en la raya de partida se alineaban Bernard Hinault, Greg Lemond, Pascal Simon, Phil Anderson y Stephen Roche, toda la élite del ciclismo de esos días.

Contra todo pronóstico esta carrera resultó ser la primera conquista de un ciclista colombiano a nivel profesional en tierras del viejo continente. Martín Ramírez, que todavía era amateur, la ganó de manera dramática. ‘El Negro’ Ramírez hizo parte del equipo Leche La Gran Vía por el que también corrieron Pablo Wilches, Alirio Chizabas, Armando Aristizábal, Francisco ‘Pacho’ Rodríguez y Reynel Montoya bajo la dirección técnica de Marcos Ravelo. Dos colombianos más que corrieron por el equipo español Teka hicieron parte de este sueño: José Patrocinio Jiménez y Edgar ‘Condorito’ Corredor. La conquista de Ramírez pasó por las manos de ‘Pacho’ Rodríguez quien tuvo la camiseta de líder hasta dos días antes del final. En plena etapa su rodilla explotó y no pudo continuar. Bernard Hinault, el “Monstruo” de la época, que era segundo en la carrera, se fue en busca de esa penúltima etapa y del liderato. Pero Martín Ramírez, en el último premio de montaña, sorprendió a todos lanzándose sobre el francés, pasándolo y sacándole la suficiente ventaja para adueñarse de la camiseta de campeón.

Pacho Rodríguez y Martín Ramírez al lado del francés Bernard Hinault, los tres protagonistas del Dauphiné de 1984, la primera gran vuelta en Europa para Colombia.

Al ‘negro’ Ramírez solo Pablo Wilches lo pudo acompañar hasta el final de la carrera, pues el frio, la lluvia y la nieve se sumaron a los largos recorridos, y el resto del pelotón colombiano tuvo que abandonar la gran aventura. Lo que ninguno abandonó fue el carro de bomberos que los esperaba en el aeropuerto El Dorado, en Bogotá, donde miles de aficionados los recibieron como lo que fueron: héroes.

El país, en esa primera semana de junio de 1984, se convirtió en una oreja pegada a un radio. Algunos siguen pensando, 40 años después, que fue esta la mayor hazaña del ciclismo colombiano, y, además, lo argumentan: fue la victoria de un equipo totalmente desconocido que, con bicicletas prestadas, compitió con los mejores ciclistas del mundo. Todo a las puertas del Tour de Francia, la carrera que los colombianos esperaban.  

Un año antes, en 1983, la organización del Tour de Francia aceptó que un equipo aficionado tomara parte de la carrera. Colombia aceptó la invitación y para muchos fue una auténtica locura. Una carrera en la que los ciclistas profesionales exigieron endurecer las etapas llanas a cambio de aceptar a los novatos a su lado. Hasta 350 kilómetros se llegaron a correr por etapa. Tan duro fue el trazado de aquel Tour que de los cinco equipos aficionados invitados solo Colombia aceptó el reto.

Laurent Fignon, Lucien Van Impe y Pedro Delgado siguen el paso de Patrocinio Jiménez, con la camiseta de las pepas rojas, en el primer Tour de Francia al que llegó Colombia.

La estrategia en el plano no les sirvió a los profesionales: cuando llegaron los pirineos José Patrocinio Jiménez, montado en su bicicleta Vitus, destrozó el pelotón en la llegada al mítico puerto de Tourmalet, e incluso vistió la camiseta de las pepas rojas que distingue al mejor en la montaña por 17 días. Si no se logró algo más concreto, fue por pagar la novatada. El ‘Viejo Patro’ terminó comandando ese primer equipo en el Tour, el de Pilas Varta, y en el que también corrieron Alfonso Flórez Ortiz, Samuel Cabrera, Fabio Casas, Edgar ‘Condorito’ Corredor, Alfonso López, Cristóbal Pérez, Abelardo Ríos, Julio Alberto Rubiano y Rafael Tolosa; bajo la dirección de Rubén Darío Gómez, y asesorados por Martín Emilio ‘Cochise’ Rodríguez. Ellos fueron los primeros héroes y el único equipo aficionado en la historia de la mítica carrera. Ese equipo que corrió bajo el slogan publicitario “La conquista de Europa”, que se hidrató con bocadillos veleños, herpos, manzanas y peras, se ganó el respeto del pelotón internacional asegurando su participación en el siguiente Tour. Sin duda, toda una hazaña que bien merece un apartado. 

ALPE D’HUEZ, LA ENTRADA A LA ELITE MUNDIAL

En 1984 Lucho Herrera se coronó campeón de la Vuelta a Colombia, la numero 34 y la primera que se corrió con la categoría “Open”, lo que le permitía invitar a ciclistas profesionales, bien fueran nacionales o extranjeros. Herrera le ganó a Pacho Rodríguez y a Fabio Parra, un pódium que resume parte de la gloria del ciclismo colombiano. El pelotón belga, el francés, el portugués y el colombiano no solo vieron a cientos de aficionados alentándolos en la dura geografía colombiana, también a cientos de palomas de la paz dibujadas sobre piedras, árboles o en la misma carretera. Era la Paloma del presidente Belisario Betancur que también se vio ese año en el Clásico RCN, la prueba que también ganó, por tercera vez, Lucho Herrera que ya era ídolo nacional.

Dos meses después de la Vuelta a Colombia Lucho Herrera se fue en busca de su primer Tour de Francia. Los colombianos, ilusionados con su nuevo ídolo y el equipo de Pilas Varta, prendían los radios para no perder detalle, del Tour y del proceso de paz. Las noticias no eran alentadoras: Herrera no figuraba, ni de cerca, en la lista de favoritos. Y, por otro lado, las FARC y el Ejército colombiano cruzaban balas que ponían en jaque la Paz.

Herrera corrió con el número 141, el primero de la lista colombiana en la que se anotaron, con los siguientes números consecutivos, Rafael Acevedo, Antonio ‘Tomate’ Agudelo, Samuel Cabrera, Manuel ‘Jumbo’ Cárdenas, Israel ‘Pinocho’ Corredor, Alfonso Flórez, Hernán Loaiza, Alfonso ‘Pollo’ López y Cristóbal Pérez que portó el numeral 150. Patrocinio Jiménez, ‘Pacho’ Rodríguez, Edgar ‘Condorito’ Corredor, Pablo Wilches y Martín Ramírez también corrieron aquel Tour vistiendo la camiseta de equipos europeos. El Tour comenzó el viernes 29 de junio, y ese día, en que los sanjuaneros y rajaleñas le daban la bienvenida a San Pedro, los periódicos remplazaron la Paloma de la Paz por una foto de Lucho Herrera pedaleando sobre un jardín de flores acompañado de un juego de palabras que resumió los dos anhelos del país: Lucho por la Paz

Pero esa Paz no fue lo que precisamente encontró Herrera y el resto del pelotón colombiano en los primeros días del Tour. Los europeos, tras lo ocurrido en el Dauphiné Liberé un mes antes, y tras la demostración de Patrocinio Jiménez en el Tour anterior, no dieron un segundo de ventaja. El terreno plano resultó demoledor para los escarabajos, y ni hablar del terrible Pavé, ese camino adoquinado capaz de meterle miedo al más parado de los ciclistas.

Molidos, literalmente, llegaron los colombianos a los pirineos franceses once días después de la primera partida. Era nueve de julio, y apenas inclinarse la carretera el pelotón se partió en dos. Herrera en la punta de carrera con los favoritos. Luego dos premios de montaña de segunda categoría y tres escapados. Herrera se vio fuerte, pero no atacó, lo intentó dos veces, pero órdenes técnicas lo frenaron.

El grupo principal alcanzó a dos de los corredores en punta, solo quedó uno, el inglés Rober Millar. Faltaban seis kilómetros y Herrera se reveló, saltó del pelotón y hubo pánico. Ni Bernard Hinault, ni Laurent Fignon lo pueden seguir. Herrera le descuenta 4 minutos a Millar, pero no le alcanzó. El inglés cruzó primero la meta colocada en el alto de Guzet-neige. Herrera fue segundo a 41 segundos. Un kilómetro más y quizás….

Llegó sin una gota de sudor y con todo el aire en sus pulmones, mientras sus rivales estaban destrozados tras las siete horas de recorrido. Fotógrafos, reporteros y auxiliares se olvidaron del ganador de la etapa, y se fueron encima del colombiano. El país lo vio a través de la televisión abierta que transmitía en directo la última hora de cada etapa.

Herrera recuperó 91 puestos en la general, los demás ‘’Vartas’’ no se quedaron atrás: Flórez, Acevedo, ‘Pollo’, ‘Jumbo’ y hasta ‘Pinocho’ sacaron una nariz de ventaja, y se llevaron el premio al mejor equipo de la etapa. Sin llegar a los Alpes, las verdaderas montañas del Tour, se confirmó el temor a los escarabajos.

En Colombia, ante la llegada de los Alpes, los estudiantes programaron sus “capadas” de clase, en las oficinas se instalaron radios al alcance de todos, y en las cafeterías no hubo espacio para un tinto más. El país entró en un verdadero cese al fuego.

Lucho Herrera corona el Alpe d’huez, la montaña por la que Colombia entró a la élite mundial del ciclismo.

Seis días después de aquella primera demostración, y con los Alpes bajo las ruedas del pelotón, Herrera atacó nuevamente. Domingo 15 de julio, prueba contrarreloj individual, con kilómetros planos. Durante más de media hora los colombianos apretaron el pecho y todo lo que pudieron apretar; Herrera marcaba el mejor tiempo de la carrera hasta que Laurent Fignon pulverizó los cronómetros y le sacó, en la parte plana de la etapa, 25 segundos a Herrera que había enfrentado no solo al reloj, también al viento y a la lluvia. Otra vez faltó el centavo para el peso, pero el pueblo colombiano estaba feliz. En Bogotá sacaron las monaretas, las banderas y hasta la Paloma de la Paz para celebrar, por la Séptima, con el mismísimo Rey Pelé en la caminata de doña Nydia Quintero que ese año llegó a su quinta edición.

Al siguiente día fue la vencida. La etapa terminaba en el temible Alpe d’huez, y Herrera plantó la bandera colombiana en los Alpes franceses. El atrevido sueño, el de un hijo de tierras colombianas cruzando, con las manos arriba una etapa francesa, se hizo realidad. No fue fácil, antes de llegar a la meta, Herrera tuvo que desprenderse de los dos ases franceses: Bernard Hinault y Laurent Fignon que buscaban afanosamente coronar para Francia, por primera vez, el Alpe d’huez. Ambos tuvieron que morder el polvo de la derrota mientras los especialistas señalaban a Herrera como el mejor escalador del mundo.

Un día después de la gloria, ‘Pacho’ Rodríguez coronó el temible Galibier, el pico más alto del Tour, pero el país no lo celebró. Herrera pagó el esfuerzo hecho durante 18 días y se derrumbó. No se retiró porque: “no tenía cara para volver a saludar”, dijo en televisión. Lloraron todos. Herrera pasó de la gloria al sufrimiento, los radios se apagaron y en el monte, y en las calles, se volvieron a escuchar las balas. 

DESPÚES

En 1985 los escarabajos volvieron al Tour y los ojos del ciclismo fijaron sus miradas en ellos, pero sobretodo en Lucho Herrera que no decepcionó. Ganó dos etapas, una de ellas con aires de tragedia al caerse y levantarse para llegar con su cara ensangrentada a la meta. Esa imagen, la del héroe teñido de rojo dio la vuelta al mundo. Herrera se ganó en ese tour la camiseta de las pepas rojas que representa al mejor en la montaña. Fabio Parra, de Sogamoso, se quedó con la camiseta blanca, la del mejor novato y con una etapa en la que cruzó primero seguido por Herrera. “Yo había ganado el día anterior y Fabio había hecho un gran esfuerzo ese día y, de pronto, merecía también ganar la etapa. Al final era un triunfo para Colombia”, declaró Herrera al diario Marca años después. El país enloqueció, no era para menos, en solo cuatro días sus escarabajos se adueñaron de tres etapas francesas.

Ese mismo año, en la Vuelta a España, Pacho Rodríguez, el mismo que había perdido el Dauphiné Liberé faltando dos etapas, nuevamente era marcado por la mala fortuna perdiendo la vuelta por los segundos perdidos en varias caídas. Quedó tercero y su nombre se anotó como el del primer colombiano en subir al podium de una gran vuelta. Esa prueba dejó otro momento histórico para el ciclismo Colombiano: José ‘Tomate’ Agudelo ganó por primera vez una etapa para el país en la Vuelta Ibérica.

LA VUELTA A ESPAÑA, LA PRIMERA GRAN CARRERA

Seria Lucho Herrera el encargado de tomar la revancha por ‘Pacho’ Rodríguez en la vuelta española. En 1987 Herrera ganó la primera gran carrera para nuestro país. La camiseta roja que distingue al mejor de la vuelta a España fue para él.  Los que lo vieron y lo escucharon, nunca olvidarán el nombre de Lagos de Covadonga, el lugar donde Herrera, tras una cabalgata del bogotano Argemiro Bohórquez que le despegó el camino, se hizo amo de la vuelta española. Corría por el equipo con el nombre más recordado por los colombianos: Café de Colombia que era dirigido por Rafael Antonio Niño, el mismo que había ganado seis vueltas a Colombia. Otro equipo colombiano, el de Postobón, también hizo parte de aquella carrera, y raro era el día en esta edición de la vuelta a España en que un colombiano no fuera protagonista, incluso el mismo ‘Pacho’ se reveló a su destino y ganó una etapa. Omar ‘El Zorro´ Hernández y Carlos Emiro Gutiérrez también ganaron etapa.

‘Lucho’ y el ‘jardinerito de Fusagasugá’, fueron los dos remoquetes más nombrados en aquellos años, los de Luis Alberto Herrera que logró la camiseta de la montaña en las tres principales carreras. Dos en El Tour de Francia, dos en la Vuelta España y una en el Giro de Italia. Sin duda era el Rey de la Montaña. También sumó dos Dauphiné Liberé, la misma carrera que perdió ‘Pacho’ y que ganó el ´Negro´ Martín. Fue en 1988 y 1991.

Pero Herrera no estaba solo, a su lado Fabio Parra ayudó a escribir la historia de la dorada década de los 80 para el ciclismo colombiano. Parra fue tercero en el Tour de Francia y segundo en la Vuelta a España. Lugares discutidos a su favor si tenemos en cuenta que luego se comprobaría el caso de doping en los dos corredores que lo precedieron en la carrera francesa. El caso de la vuelta ibérica fue distinto. Parra alcanzó a ser líder en la penúltima etapa en la que se escapó y le tomó gran ventaja a Pedro Delgado quien era líder. Pero inexplicablemente varios corredores europeos ayudaron a Delgado a darle cacería a Parra. Al final el colombiano perdió la carrera por 35 segundos. El mundo ciclístico repudió la falta de juego limpio de los corredores europeos en aquella vuelta. Para entonces Parra corría en el equipo español kelme, lo que, de paso, dio inicio al desmembramiento del gran Café de Colombia.

Lucho Herrera y su padres en la Vuelta a España de 1987.

Tras la retirada de estos ciclistas no hubo un relevo rápido y a tan solo dos años de las grandes hazañas Colombia no pudo volver a mandar un equipo a estas competencias. Pero no solo fue la falta de cambio en el pelotón colombiano, los ciclistas europeos cambiaron su forma de afrontar las competencias, y los organizadores de las mismas cambiaron los trazados restándole protagonismo a las montañas.

El dopaje se hizo presente en el ciclismo. Hasta hace poco tiempo se comprobó que muchos de los ciclistas que figuraron en las carreras europeas tras el decaimiento del ciclismo colombiano, utilizaron sustancias que elevaban los glóbulos rojos en forma similar a la de los ciclistas de nuestro país, lo que les permitió responder mejor cuando aparecían las cimas.

Acabando los años 90 y empezando el nuevo siglo aparecieron Santiago Botero, Oliverio Rincón, Nelson Rodríguez, Chepe González, Félix Cárdenas y Mauricio Soler, por citar a los colombianos que ganaron etapas en la carrera francesa en esas dos décadas. Pocas victorias en más de 20 años pensaran algunos, sin tener en cuenta las condiciones anteriormente reseñadas. Incluso Botero y Soler recuperaron para Colombia la camiseta de las pepas rojas en el Tour de Francia. Pero ninguno de estos solitarios triunfos alcanzó las emociones de la década de los años 1980. Además la selección colombiana de fútbol empezó a mostrar su mejor cara logrando clasificar a tres mundiales de manera consecutiva, y las ruedas, ancladas durante tres décadas en los corazones colombianos, fueron desplazadas por un balón. 

EL NUEVO SIGLO

Hoy los ciclistas colombianos nuevamente hacen parte de la élite mundial. Entre el 2013 y el 2019, dos escarabajos devolvieron el tiempo a los días gloriosos del ciclismo colombiano en Europa: Nairo Quintana y Egan Bernal. La historia, por reciente, está en nuestra mente. Un Giro de Italia y una Vuelta a España para Nairo; el Giro y, por fin, el Tour de Francia para Egan que cumplió el sueño de todos sus precursores. Y junto a ellos una camada de corredores repartidos en los mejores equipos del mundo. Los días en que parecía imposible ganar una etapa en Europa quedaron atrás, ahora se ganan las carreras, pero, por increíble que parezca, el ciclismo en el país no se ha vuelto a vivir como en aquellos maravillosos años de 1980.

Nairo Quintana y Egan Bernal, el Giro y el Tour para Colombia.

Varios son los motivos: después de Café de Colombia y Postobón, ningún equipo volvió a mostrar los colores de Colombia en las tres principales carreras del mundo ciclístico. Por otro lado la vuelta a Colombia (la que se seguía desde las lomas, o a la orilla de alguna carretera), perdió el interés al no contar con los ídolos actuales, los que la afición ve triunfar en Europa a través de un televisor. El pelotón se volvió desconocido para una Vuelta que se había acostumbrado a ver a sus escarabajos, como a Herrera y Parra, compitiendo contra equipos extranjeros. Los costos que implicaba todo lo anterior no se pudieron sostener.

Historia parecida le ocurre al clásico RCN, la segunda prueba importante del país, y que alguna vez coronó campeón a Martín Emilio ‘Cochise’ Rodríguez, a Fabio Parra, a ‘Pacho’ Rodríguez, a Lucho Herrera o a Rafael Antonio Niño. Y que trajo a la competencia a varios equipos europeos como el Peugeot-Shell-Michelin, Renault-Elf-Gitane, SEM-France Loire, La Vie Claire, Zor y Reynolds. Desde las lomas compitiendo por la clásica radial, se vio pedalear a Pascal Simon, Laurent Fignon, Bernard Hinault o Sean Kelly, entre otros.

Tal vez pocos aficionados apasionados quedan, y los que hay solo esperan la noticia del triunfo. O tal vez, en estos tiempos en que muchos ya tienen una bicicleta, ya no se valoran las hazañas como las de aquellos años de caminos empolvados y de radio en la mano para poder escuchar e imaginarse una carrera, la que contaban Carlos Eduardo Rueda, Julio Arrastria, Héctor Urrego o Rubén Darío Arcila. Algo ha cambiado en la manera de sentir el ciclismo que alguna vez fue deporte nacional; ya el paso de los ciclistas no desprende con la misma intensidad los hilos de aplausos que se escuchaban en las carreteras. O quizás ahora, como contó alguna vez Mauricio Silva Guzmán, el escritor de La leyenda de los escarabajos, 100 grandes momentos del ciclismo colombiano, Colombia es un país de ciclistas, no de ciclismo.

La que no cambia, es la guerra ni la rentable Paloma de la Paz.

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