
Día mundial de la Libertad de Prensa, en Colombia no hay mucho que celebrar
El reloj ya había marcado las 7 de la noche, cuando Carlos Ramírez París, de 67 años, llegó agonizando a los cuarteles de la policía de San Mateo, en Cúcuta, su ciudad, tras haber sido golpeado brutalmente. A cuadra y media del cuartel quedó su vehículo, y su vida, ya apagada, en el hospital San Juan de Dios, un tiempo después, a las 9 de la noche. Él, precursor de la radiodifusión de esa ciudad, con Radio Guaimaral, esa emisora “chica para grandes cosas”, como él mismo la anunció, y tras ser el alcalde de sus paisanos en 1963, quizás, fue el primer periodista asesinado en la historia del periodismo de un país que poco tiempo después se vio totalmente amordazado, del Presidente para abajo. Su nombre, abrió la larga y dolorosa lista de periodistas asesinados en Colombia, la noche del 12 de diciembre de 1977.
Y decimos quizás, porque en esa lista, digamos, oficial, habría que anotar a Pablo Emilio Álvarez, director del diario capitalino El Repórter y en cuyas páginas, y bajo el seudónimo de Emilio Delmar, Álvarez siguió la línea editorial del medio que dirigía: denunciar los abusos del régimen conservador de la Regeneración, a fines del siglo XIX. Miguel Navia, quien escribía en el periódico Bogotá, bajo el alias de Martín Paz, mató, en noviembre de 1898, a Delmar. “Álvarez me arrebató el bastón y me descargó varios garrotazos violentos que yo aparé en el brazo izquierdo, mientras con la mano derecha sacaba mi revólver. Con éste en la mano y tendido le grité, ¡cuidado! ¡cuidado! Él se arrojó sobre mí como a desarmarme, me descargó con el bastón un golpe que recibí en el dorso de la mano izquierda y mi tiro salió. Álvarez cayó instantáneamente”, declaró, mediante un escrito dirigido a “La Sociedad”, un mes más tarde, Miguel Navia, al tiempo que contó que los hechos ocurrieron tras varios escritos ofensivos por parte de los dos revisteros, como entonces se les llamaba. Todo indica que Navia no tuvo la Paz que su alias reclamaba.
Barranquilla, veintisiete años más tarde, el 10 de enero de 1925, se estremeció cuando se enteró de la muerte de Pedro Pastor Consuegra, director de La Nación, tras una riña con Héctor Parias Oliver, antiguo colaborador del diario, en pleno Teatro Cisneros. Un disparo fue suficiente para consumar el hecho y quién sabe cuántos fueron los motivos, o tal vez bastó uno solo, pero de eso no se habló. Con los años se escribió que Parias Oliver disparó para defenderse de la agresión de Pastor Consuegra.
De cualquier manera, hechos aislados en medio de los que se vivieron en Colombia a finales del siglo XX y desde que Antonio Nariño fuera encarcelado en agosto de 1794, por comunicarle a los colombianos, en un impreso clandestino, la Declaración de los derechos del Hombre. La Santa Inquisición lo detuvo al calificar el hecho como un acto subversivo, condenándolo a 16 años, los cuales Nariño cumplió de manera interrumpida por gracia de sus fugas. Así, Antonio Nariño no solo fue precursor de la independencia nacional, sino también del periodismo.
Y de aquellos tiempos coloniales del Precursor Nariño, habrá que dar un gran salto en la historia nacional para llegar a 1989, año en el que la situación del país se tornó crítica por cuenta del narcotráfico. Tanto, que a lo largo de esa década y a comienzos de la siguiente, el drama colombiano ya era más fuerte del que atravesaron en su momento Argentina y Chile, lugares en los que se sabía quien ordenaba disparar. En este país, entonces del Sagrado Corazón, eso no siempre era previsible, y si algunos sabian de donde se disparaban las balas, quienes ordenaban los secuestros y quién daba la orden de activar las bombas que amordazaron la verdad, entre ellas las que contaban los periodistas, lo tenian que callar para no hacer parte de esa lista oscura. “Los que podemos dar una respuesta en el país, solo podemos dar golpes de ciego, pero ellos si saben a quién golpear, contra quien organizarse”, aseguró un periodista, en aquel año, a la revista Cromos que por las razones expuestas no reveló su nombre, “si lo hago, me matan”. Y es que comunicar, era entonces, un verbo para suicidas.
“EL DESTIERRO, EL ENCIERRO O EL ENTIERRO”
La frase es del periodista guatemalteco, Augusto Monterroso, y por esos días la recordó Daniel Samper Pizano, ya por entonces exiliado. Mientras, en la capital del país que llegó a ser denominado el más peligroso del mundo para ejercer el periodismo, también eran largas las listas de demandas que reposaban en los archivos de denuncias de la Procuraduría, impuestas por familiares de las víctimas y por el Círculo de Periodistas de Bogota, casos que denunciaban alianzas entre narcos con paramilitares o con la guerrilla, casos que en su mayoría no fueron aclarados.
Eran tiempos en que el sicariato y la “propaganda negra” silenciaban la verdad que no podía ser contada. Y si se hacía, llegaba de lugares lejanos a los que los periodistas habían emigrado tras ser amenazados. A la larga, algo mejor, pues en otros casos, esa verdad se contó de manera desvirtuada, al periodista estar en jaque, preso del miedo a ser asesinado o secuestrado.
Pero, “Hay un exilio que es peor que el de las fronteras y es el exilio del corazón”, lo dijo el periodista Alberto Aguirre (1926 – 2012) a quien se le acusó “de profesor universitario, formador de futuros calumniadores de la institución armada, desprestigiador en su columna de ‘El Mundo’, de la iglesia, de las sanas costumbres y apologista de las ideas subversivas”, señaló, en 1990, el antioqueño a la revista Cromos desde su desconocido exilio. Del que, si se sabía su paradero, era de Daniel Samper Pizano, a quien le “urgió” marchar a España el mismo día – 11 de octubre de 1987 – en el que fue asesinado al candidato presidencial de la Unión Patriótica, Jaime Pardo Leal. “Se había demorado en irse”, le escribieron a Samper Pizano.
Los motivos para amenazar periodistas eran diversos. Desde supuestamente amenazar a un senador, como le ocurrió, en 1988, a Lelis Movilla Bello, corresponsal de El Espectador en Montería; Por “traidores a la patria y pronorteamericanos” como rezó la masiva que les llegó a dos periodistas de El Tiempo en Medellín. Con Juan Gómez Martínez director de El Colombiano, las amenazas pasaron a los hechos, cuando ‘los extraditables’, en 1987, se quisieron meter a su casa para secuestrarlo. No pudieron, Gómez Martínez se defendió a bala, junto a sus hijos. No pudo el narcotráfico sacarlo del camino a la alcaldía de Medellín, a la que llegó meses después como el primer alcalde elegido por voto popular.
Pero hubo más, Antonio Caballero se tuvo que marchar sin que su aguda pluma dejara de escribir, mientras, en distintos días, las máquinas de escribir de Ligia Riveros, Jorge Child, Hernando Corral, Edelmiro Franco, Patricia Lara, María Jimena Duzán y más, se vieron presas de una realidad angustiante. A diciembre de 1989, la dolorosa lista iniciada por Carlos Ramírez París, en 1977, ya se había ampliado con la sangre de 55 periodistas asesinados. Para entonces, el nombre de Jorge Enrique Pulido fue el último en apuntarse. Sucedió que el periodista bogotano, nacido en 1945, fue asesinado por dos sicarios en la calle 23 con carrera 9.ª, en pleno centro de Bogotá. Cuatro balas apagaron la vida del comunicador que había incomodado al narcotráfico desde los micrófonos de radio Todelar y desde Mundovisión, el noticiero de su propia programadora.
La sangre no paraba de correr a lo largo y ancho del país, y desde años atrás. El 27 de diciembre de 1984 mataron al redactor de la sección distrital de El Espectador. Apenas salía el sol, cuando con la excusa de robarle su Renault 12, lo acribillaron. Igual de mala suerte tuvo, dos años después, Adolfo León Rengifo. Dos tipos vestidos de negro llamaron a su puerta. Apenas bajaba las escaleras, cuando los sicarios le dispararon sin piedad. Apagaron, así, la voz del periodista del programa ‘Palmira y sus hechos’, de Todelar y también director de la Casa de la Cultura de esa misma ciudad. En ese mismo año, 1986, fue hallado sin vida, cerca de su casa, Luis Roberto Camacho Prada, corresponsal en Leticia de El Espectador y director Ejecutivo de la Cámara de Comercio del Amazonas, quien fue asesinado por combatir la inmoralidad administrativa, pública y privada, se contó. Eso en Leticia, porque en Medellín, mientras se tomaba un café, el 8 de diciembre de 1987, fue asesinado Mariano Ángel Ruiz Castañeda, entonces director de la emisora Ondas del Darién.
Hay una noche que difícilmente olvidaran quienes vivieron en esos años de horror. La del miércoles 17 de diciembre de 1986, en la que fue asesinado el director del diario El Espectador, Guillermo Cano Isaza. Eran las 7, cuando dos sicarios del cartel de Medellín dispararon a la humanidad de Cano, quien había recibido múltiples amenazas por sus denuncias contra el narcotráfico, en especial contra el jefe del cartel que terminó asesinándolo a pocos dias de celebrarse la navidad. Colombia se silenció. Tiempo después, las instalaciones de su periódico también fueron objetivo de los sicarios, como lo fueron otros periodistas del mismo medio. No sería la única, la sede de Vanguardia Liberal también fue dinamitada en ese fatídico año 1989.
Y si el asesinato de Guillermo Cano estremeció a Colombia, el crimen de Jaime Garzón marcó a toda una generación. Un viernes 13, día de agosto de 1999, dos sicarios, cerca de las instalaciones de Radionet, apagaron la vida del abogado y periodista que se agarró de la comedia para lanzar los dardos que incomodaron a muchos, y más a los paramilitares quienes terminaron asesinándolo, como finalmente se reconoció.
A Diana Turbay la muerte la empezó a rondar en otro día de agosto, 9 años antes, el jueves 30 de 1990. Ese día fue secuestrada por el grupo de los extraditables, como se autodenomiron los miembros del cartel de Medellín, y quienes buscaban presionar al entonces presidente César Gaviria para que derogara el tratado de extradición. Cuatro meses después, el 25 de enero de 1991, la periodista murió en un hospital de la capital antioqueña, tras ser herida durante un cruce de balas, cuando intentaron rescatarla.
EL PRESENTE
En el año 2021 la FLIP, organización no gubernamental que defiende la libertad de expresión y promueve un clima óptimo para que quienes ejercen el periodismo puedan satisfacer el derecho de quienes viven en Colombia a estar informados, presentó al Centro de Documentación Judicial una solicitud para hacer efectiva las peticiones que buscan hacer seguimiento a los casos de periodistas asesinados en el ejercicio de su oficio. Petición, esta, que nos sirve para dejar presente otros casos de comunicadores que entregaron su vida por defender la libertad de informar:
El 11 de septiembre de 1980 fue asesinado en el municipio de Cali, Valle del Cauca, Luis Palacio Iragorri, periodista del medio Radio Lemas; el 19 de septiembre de 1983 fue asesinado en el municipio de Cali, Valle del Cauca, Alirio Mora Beltrán, periodista del medio El Caleño / RCN Radio Valle.
Hay más, como se consigna en el comunicado: el 4 de noviembre de 1983 fue asesinado en el municipio de Sevilla, Valle del Cauca Mario Pineda Pineda, periodista del medio Semanario La Razón; el 27 de octubre de 1984 fue asesinado en la ciudad de Bogotá Cristian Martínez Sarria, periodista del medio El País / El Liberal / Agencia de noticias CIEP; el 16 de julio de 1986 fue asesinado en la ciudad de Ibagué, Tolima, Luis Alberto Camacho, periodista del medio El Espectador / Ecos del Amazonas.
La lista es larga: el 16 de julio de 1986 fue asesinado en la ciudad de Leticia, Amazonas, Luis Roberto Camacho Prada, periodista del medio El Espectador / Ecos del Amazonas; el 17 de octubre de 1986 Raúl Echavarría Barrientos, periodista del Diario Occidente, fue asesinado en el Valle del Cauca; el 15 de enero de 1991 fue asesinado en el municipio de Bolívar, Cauca, Miguel Burbano Muñoz, periodista del medio Caracol Radio; el 26 de diciembre de 1993 fue asesinado en el municipio de Tame, Arauca, Danilo Alfonso Baquero Sarmiento, periodista del medio Emisora Bolivariana; el 18 de octubre de 1996 fue asesinado Norvey Diaz Cardona, periodista del medio Rondando Los Barrios.
También quedó registrado que: el 18 de marzo de 1997 fue asesinado en la ciudad de Cartagena, Bolívar, el periodista Freddy Elles Ahumada; el 19 de mayo de 1998 fue asesinado en la ciudad de Cali, Valle del Cauca, Bernabé Cortez Valderrama, periodista del noticiero CVN; el 6 de febrero del 2000 fue asesinado en el municipio de Girón, Santander, Fabio Leonardo Restrepo, periodista del medio Canal local de Barrancabermeja; el 23 de enero del 2002 fue asesinado en la ciudad de Cali, Valle del Cauca, Marco Antonio Ayala, periodista del diario El Caleño; el 4 de mayo del 2002 fue asesinado en el municipio de Yumbo, Valle del Cauca, Víctor Omar Acosta, periodista del medio Pregón del Pacífico.
Por último, quedaron registrados los siguientes hechos: el 18 de marzo del 2003 fue asesinado en el municipio de Aguadas, Caldas, Luis Eduardo Muñoz Cifuentes, periodista del medio La Patria / El Colombiano; el 11 de enero del 2005 fue asesinado en la ciudad de Cúcuta, Norte de Santander, Julio Hernando Palacios Sánchez, periodista del medio Radio Lemas.
En ese mismo comunicado del 2021 quedó otra constancia: “entre los meses de junio y agosto la FLIP envió derechos de petición a la fiscalía general de la Nación solicitando información sobre las investigaciones penales adelantadas por el homicidio de los anteriores periodistas. No obstante, en todos los casos informó que las víctimas no se registraban dentro de los sistemas de búsqueda de esa entidad”. Así mismo, la Fundación para la Libertad de Prensa, “reconoce que el asesinato de los periodistas mencionados anteriormente está relacionado con su oficio. Con este caso, la FLIP ha registrado 162 homicidios contra periodistas en Colombia, por el desarrollo de sus labores informativas”.
Hoy, Colombia ocupa el puesto 115 entre los 180 países en los que se cuestiona la Libertad de Prensa, siendo una de las naciones más peligrosas para ejercer esta labor, tras los fenómenos de conflicto armado, corrupción y medio ambiente, según informó Radio R.C.N., que título en su web: “El 44% de periodistas en Colombia ha sufrido vulneración de sus derechos”.
Hoy, ante un país polarizado, la prensa se nota igualmente dividida. Otros son los motivos, por fortuna alejados de las balas y los secuestros. La verdad, es que, como escribió Samper Ospina en el portal de la Revista Cambio, en 2024, “mirando el paisaje, no hay mucho que celebrar el día de la Libertad de Prensa”.
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Este artículo tiene aportes del publicado en la revista Cromos, en 1990, por la periodista Helena Correa, quien no alcanzó a verlo impreso, pues fue víctima de otro tipo de violencia ejercido en Colombia: la irresponsabilidad de uno de tantos conductores en las carreteras del país.
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