Lectura Dominical

La popular, la primera feria del libro

Antes del Bogotazo, doce años antes, Jorge Eliecer Gaitán inauguró la primera Feria del Libro en Bogotá. No era internacional, era, como así se llamó, una feria popular: la Feria Popular del Libro. Al llamado de los lectores llegó la música, la fiesta y las trifulcas.

El sábado tres de octubre de 1936 a los empleados en Bogotá se les dio el día libre y a los estudiantes se le citó. La razón: había que pasar el día en el Palacio de la Gobernación buscando libros a bajo costo.

Allá, en ese Palacio, hoy de San Francisco, ubicado en la Avenida Jiménez, entre la Carrera Séptima y la Octava, a las 11 de la mañana se inauguró la primera Feria Popular del Libro. Alrededor de la estatua del presidente José Vicente Concha (1914-1918) se ubicaron los niños de los colegios, mientras el resto de los asistentes se ubicó en los corredores y pasillos altos del Palacio que diseñaron, en 1917, Gastón Lelarge y Arturo Jaramillo Concha.

El alcalde Jorge Eliecer Gaitán, acompañado de los miembros de su gabinete, de los señores ministros de Argentina, Ecuador y Cuba – con quienes aparece en la fotografía- pronunció un discurso declarando abierta la feria y haciendo un llamado a la misma para que los bogotanos colaboraran con la cultura popular. Terminado el pronunciamiento la banda de la Policía Nacional se arrancó a tocar hasta la una de la tarde.

Después los invitados, los del pueblo y los del gabinete, se fueron en busca de los espacios que acondicionaron las diferentes librerías para mostrar sus libros. Algunas como El Mensajero, propiedad de Gilberto Owen, se llevó su aviso luminoso para iluminar miradas. Otras librerías que formaron parte de esa primera iniciativa cultural fueron: la Colombiana, la Mundial, la Rajul, la Santa Fe, la Grecia, la Española de Porras, La Nariño, la Médica, la 1936, la Renacimiento, entre otras. Editoriales como Minerva y la de Humberto Coti se hicieron presentes. También las de publicaciones como la revista Cromos y el diario Mundo al día.

A las seis de la tarde otra banda, la departamental, interpretó su mejor repertorio y hasta las primeras horas de la noche no guardó sus instrumentos porque el publico continuaba aún de feria, o de fiesta, según decían, con cierta sorna, algunas encopetadas señoras.

Mientras tanto, en otros sectores, los bogotanos se dedicaron a levantar el codo para beber cuanta pola permitian sus bolsillos y después a la riña, y a la trifulca, como ocurrió en el paseo Bolívar con calle 16. O a la infidelidad como en la que fue descubierto, en el barrio Ricaurte, un tipo de apellido Nieto por sus dos amores y sus respectivas comitivas dispuestas a salvar el honor de sus familias.

Hasta 60 casos sangrientos se presentaron esa noche en el Permanente, ninguno mortal. Y entre los heridos, tres miembros de la Artillería Bogotá número 1 que en la Calle Tercera se pusieron a echar cerveza, y armaron tal escándalo en una cantina que los vecinos llamaron a la Policía. Los soldados, los policías y las mujeres de la cantina armaron tremendo alboroto al que no le faltó la sangre.

Al siguiente día la feria continuó y se prolongó por tres días en diferentes instalaciones: en el Palacio Liévano, en el por entonces Palacio de Justicia, en el Capitolio, en el pasaje Rufino José Cuervo, en la Estación de la Sabana y en la del ferrocarril, entre otros lugares. También en las calles donde los libros tenían descuentos. A ellos llegaron miles de curiosos, algunos compraron libros y otros solo disfrutaron de la música que interpretaban las bandas. Eso sí, todos llegaron bañados, sin alpargatas y sin ruana, como lo había dispuesto el doctor Gaitán.

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