Un siglo del accidente aéreo que estremeció a Colombia
Hace 100 años Barranquilla y sus casi 80 mil habitantes de entonces preparaban la más grande fiesta que se hubiera vivido a orillas del rio Magdalena. La capital del Atlántico que, desde el siglo XIX, era señalada como la única ciudad cosmopolita del país, se estaba convirtiendo en la puerta por donde entraba el progreso, y quería asegurar ese privilegio.
El festín tenía un motivo: contarle a la Nación que Barranquilla pedía ser puerto marítimo. Ya la ciudad era el principal puerto fluvial sobre el Magdalena y también había generado un gran titular en los diarios: “Barranquilla, la ciudad que puso a volar a Colombia”, al ser el principal puerto aéreo latinoamericano. Ahora pretendía ser puerto marítimo y esperar las embarcaciones allí sin que estas tuvieran que parar en el muelle de Puerto Colombia en aguas del departamento del Atlántico.
El dueño de la invitación de honor a la fiesta, programada para el domingo ocho de junio de 1924, fue el ministro de Obras Públicas Aquilino Villegas que accedió al por entonces largo y caluroso viaje, algo que los ministros de aquellos días preferían declinar. Con él se pretendía enviar un mensaje a la capital: Barranquilla pedía los trabajos de canalización de Bocas de Ceniza, la desembocadura del Magdalena en el mar Caribe.
Aquilino Villegas llegó el sábado anterior a Puerto Colombia a bordo de un vapor frutero que remaba desde Cartagena. Un tren lo trasladó a Barranquilla donde era esperado por cerca de un centenar de personas para hacer parte de la manifestación programada para las cuatro de la tarde en el entonces Camellón Abello, hoy Paseo Bolívar.
Pero aquella fiesta de domingo no pudo ser. La alegría de la gente en Barranquilla pronto se tornó en tragedia, la primera de carácter aérea que se presentaba en el país. Pasadas las dos de la tarde, o ya a las tres, según contaron distintos testigos y escritos que nunca se pusieron de acuerdo, un avión que llevaba algunos minutos sobrevolando en la zona, dejando caer hojas donde se leía el nombre de “Bocas de Ceniza”, se vino a tierra golpeando su alerón derecho contra un alto árbol de ceiba plantado en una esquina de la entonces calle Santander, hoy calle 40 con carrera 41.
“La máquina dio una voltereta y en medio de una densa nube de humo se estrelló, estrepitosamente, contra unos palos de guayaba y almendra que había en el solar de la casa habitación de don Aníbal Glen”, escribió, hace 50 años en El Heraldo, el periodista Juan Goenaga quien en 1924 era un estudiante que presenció la tragedia a unos 90 metros del árbol de ceiba.
A Barranquilla se le oscureció el alma. Por entonces con pocos barrios -estaban El Prado y El Boston- y comenzaba a atravesar el Dividivi, hoy Manuel Murillo Toro, en busca del barrio Centro, el principal de aquellos días.
El presidente de Scadta
Ernesto Cortissoz Álvarez-Correa, de barranquilla, había cumplido 39 años el penúltimo día del pasado diciembre, una edad por entonces considerada ya lejana de la juventud, y al parecer suficiente para haberlo hecho casi todo: ser gerente del Banco de Crédito Mercantil -propiedad de su familia-, de una fábrica de fósforos llamada El Cóndor, de la empresa del tranvía urbano, y del acueducto de la ciudad; aparecer en la lista de fundadores de la Cámara de Comercio, presidir la junta directiva del Club Barranquilla y hacer parte del grupo que trajo el Beisbol a su ciudad. Todo después de haber realizado sus estudios básicos en Bremen, Alemania, y de aprender inglés en Inglaterra, y francés e italiano en Suiza.
Aquella tarde trágica en Barranquilla, Ernesto Cortissoz era el presidente de la Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos (Scadta), firma a la que pertenecía ‘Tolima’, el avión que se prendió en llamas. Pero también era el tipo al que los del barrio El Prado, donde residía, habían visto lanzar desde los aires las hojas de papel donde se promocionaba el nombre de “Bocas de Ceniza”. Fue la ultima vez que con vida lo vieron algunos de sus amigos y sus hijos Clarita, Cecilia, Enrique, Fernando y Ernesto que, avisados, esperaron el paso del avión por encima de los jardines de su mansión. Un saludo a sus hijos, con su brazo extendido y su mano abierta saliendo por una de las pequeñas ventanillas del avión, mientras los pequeños corrían como queriéndolo alcanzar, resultó un último adiós.
Hellmuth Von Krohn, el piloto alemán
Antes de que se partiera en dos aquel trágico día, Ernesto Cortissoz atravesó la calle que separaba su mansión de estilo neoclásico, que servía de gran puerta a la naciente urbanización del barrio El Prado, de una casa de dos pisos en la que habitaba un alemán: Hellmuth Von Krohn, el jefe de pilotos de la empresa Scadta. Juntos debieron ultimar detalles sobre el plan de vuelo que alzarían más tarde a bordo del Junker 13 marcado con el nombre Tolima, y luego cogieron, dicen que ya eran las dos de la tarde, el camino que los llevó al hidropuerto de Veranillo ubicado a unos cuatro kilómetros y a orillas del río Magdalena.
Hellmuth Von Krohn, piloto veterano de la Primera Guerra Mundial, había llegado a Barranquilla cuatro años atrás. Tenía 33 años y pronto se hizo popular entre la gente, no solo en el Atlántico, también en Neiva, Cali, Bogotá y Girardot, población esta última a la que el alemán llegó, marcando la ruta, volando sobre el rio Magdalena.
Cuentan que era el rey de las acrobacias y al que no le faltaban, ya en tierra, sus buenas dosis de whisky en reuniones en las que debió contar, sentado en alguna de las mecedoras ubicadas en la terraza de su casa, que fue prisionero de los rusos, que fue el encargado de inaugurar la ruta Barranquilla-Cali, el primero en cruzar la Cordillera Central, y el primer piloto en trasportar a un presidente de Colombia: Pedro Nel Ospina.
A orillas del rio Magdalena, en el hidropuerto de Veranillo, el piloto alemán decidió la tripulación de cuatro acompañantes y el mecánico que harían parte del paseo en avión que esa tarde hacía parte de la antesala a la gran fiesta en honor al ministro, y desde donde se lanzarían los papeles con el nombre de la obra que Barranquilla pedía. El alemán bajó del avión a la tripulación colombiana que esperaba echarse la voladita, algo normal por aquellos días. Solo alemanes hicieron parte de la elección de Hellmuth Von Krohn. Uno de ellos, Herbert Boy recién llegado a la ciudad, le cedió generoso su plaza al barranquillero Ernesto Cortissoz.
El último vuelo del primer avión metálico
Albrecht Nickish Von Roseneck, agente viajero de la empresa alemana Breuer Moller & Co.; Fritz Troost, empleado del Banco Alemán Antioqueño, Christian Meyer, apoderado de la alemana Casa Fehrmann & Cia y el mecánico Guillermo Fischer, nacido en Colombia, pero de nacionalidad alemana, se subieron al avión junto a Hellmuth Von Krohn y Ernesto Cortissoz.
A orillas del Magdalena se quedaron viendo despejar el avión Arturo de Castro que era socio de Scadta y el tipo que luego traería de Inglaterra el fútbol reglamentado a Colombia; y David Senior, quien desde hace doce años ya era el abuelo de Alfonso Senior, el futuro fundador del club Los Millonarios de Bogotá y futuro presidente de la Federación Colombiana de Fútbol.
Cerca de las tres de la tarde, cuentan las crónicas escritas aquellos días, el Tolima, un Junkers-13, dicen que el primer avión metálico del mundo, de fabricación alemana, y con matrícula A-16, alzó su último vuelo.
Hellmuth Von Krohn, el alemán que había escapado de los rusos durante la primera guerra mundial, voló sobre su casa y en un segundo estuvo encima de la mansión de Ernesto Cortissoz en cuyo jardín dos niñas y tres niños corrían detrás del aparato volador. Luego Von Krohn dirigió la nave hacia el Camellón Abello, la entonces principal calle de Barranquilla, sobre la que empezaron a caer las hojas de la campaña “Bocas de Ceniza”.
Barranquilla y su gente miraban hacia el cielo, vieron como el vuelo giró al callejón Francisco J. Palacio, hoy carrera 41, luego lo vieron sobre las entonces calles Bolívar y Obando. De pronto un ruido, humo, Ernesto Cortissoz agitando sus manos desesperadamente, el árbol de ceiba…
Ningún tripulante con vida. “Llegué en momentos en que el avión era devorado por las llamas. Oí desgarradores gritos, quejidos profundos, voces de angustia que salían del interior de la nave… agarré a un hombre que se retorcía espantosamente y que era el único que estaba a mi alcance (Fritz Troost, quien salió disparado del avión antes de chocarse con la tierra, y el último en padecer, a las pocas horas del siguiente día), me tendió sus dos manos…”, dijo Luis Alfredo Fernández, un joven que se encontraba de visita en la casa vecina, y que pasó el herido a los brazos de su primo.
“Me dirigí nuevamente hacia el aparato… las llamas lo rodeaban… Vi lleno de espanto que uno de los pasajeros sacaba una mano blanca y ensangrentada y con ellas me hacía señas desesperadas, y oí una voz quejumbrosa que me decía: ¡Amiguito…! ¡Sálveme…! Así contó su accionar el joven Fernández quien también dijo ser el primero en acudir al patio donde se consumió la catástrofe, al ya desaparecido diario de la capital del Atlántico La Nación, en su edición del nueve de junio de 1924.
Una niña, la hija de Aníbal Glen, se convirtió en símbolo de vida al no sufrir un rasguño pese a que el avión cayó en el mismo patio de su casa, donde se encontraba sola pues su madre, Flor Salcedo, hacía parte de la extensa lista de curiosos que miraban, sin parpadear, al cielo para no perder de vista el recorrido del avión.
Barranquilla fue un solo llanto y su cielo se rompió, lo que ayudó a que el fuego no se propagara. Pronto la casa de Aníbal Glen, marcada con el número seis, a donde fue a aparar el avión, se llenó de millares de personas que quisieron ayudar. Muchos se treparon en el bajo techo de la casa y otros llegaron directamente a su solar. Todos, o casi todos, como muestran las imágenes de la tragedia, vestidos elegantemente con tonos claros y sin que les faltara un ‘tatarita’, el sombrero que los protegió del sol, pero no les alejó el dolor. Y entre todos ellos el ministro Aquilino Villegas que había esperado, a unos 270 metros, en el Club ABC, el momento de la fiesta que no llegó.
A Cortissoz lo velaron en casa de su pariente Enrique Correa sin que se enterara su esposa que cuidaba a su recién nacido hijo. A Von Krohn y a los tres pasajeros alemanes en el Club Alemán, mientras el mecánico Fischer fue despedido por unos pocos amigos en la casa de su hermano Carlos, sin la última mirada de su esposa que se encontraba de viaje en Alemania.
Al día siguiente, apenas los relojes marcaron la ocho de la mañana, un desfile fúnebre atravesó parte de la ciudad mientras algunas calles se tapizaron de flores que fueron arrojadas desde el avión Santander de Scadta. Unas 20 mil personas se repitieron entre los cementerios judío y católico donde fueron sepultados los mártires del primer accidente aéreo que sufrió Colombia, y del que nunca se supo sus verdaderas causas.
Un siglo después apenas queda un casi olvidado y poco vistoso monumento en honor a los ‘Mártires de Bocas de Ceniza’, del que pocos saben su significado. Queda el aeropuerto con el nombre de Ernesto Cortissoz, una infraestructura pequeña si se compara con la dimensión alcanzada con el empresario barranquillero que buscando una gran obra para su ciudad perdió la vida.
Bocas de Ceniza
En 1925, un año después de la tragedia, se iniciaron las obras de construcción de Bocas de Cenizas por parte de firma norteamericana Ullen. Debido a múltiples variaciones en el proyecto que generaron sobrecostos, se finalizó el contrato con la empresa norteamericana y el Gobierno Nacional asumió la responsabilidad del proyecto
Finalmente, el 22 de diciembre de1936, el presidente de la República, Alfonso López Pumarejo, inauguró las obras realizadas en el canal de acceso al puerto de Barranquilla y las instalaciones del Terminal. Pero el puerto marítimo tiene problemas por la sedimentación. Scadta dejó de llamarse así y tras apartar al personal alemán, en 1940, se convirtió en Avianca, la segunda aerolínea más antigua del mundo, tras KLM.
Barranquilla se confirmó como la Puerta de Oro de Colombia, y a través de ella entraron al país importantes adelantos tecnológicos como la radio, el cine, la televisión, la aviación, el ferrocarril, la navegación fluvial, entre otros, lo cual fue posible gracias a su condición natural de ciudad – puerto.
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