‘Buziraco’, de dios a demonio en el cerro de las Tres Cruces
Hace 187 años Cali se vio envuelta en una ola de terror. La muerte, muchas causadas por la viruela, el dengue, la lepra; otras producidas por el fuego de los incendios, y las que llegaron con el hambre, tenían para muchos caleños una explicación: un demonio en forma de murciélago, gigante y de larga cola de reptil que volaba sobre el cielo de la ciudad, por entonces un pequeño territorio ocupado por haciendas, en dirección a los cerros orientales dejando a su paso un fuerte olor a azufre.
Corrían, por entonces, los meses del año 1837, el mismo año en que un primero de abril nació en esta ciudad el escritor Jorge Isaacs, cuya única novela, María, publicada en septiembre de 1867, es considerada una de las obras más notables de la literatura escrita en español.
Un mes después del nacimiento del novelista caleño, el tres de mayo de 1837, dos hermanos, frailes franciscanos ellos, Fray Juan y Fray Vicente Cuesta subieron en procesión con tres cruces de guadua, adornadas con flores y ramas, al cerro desde el que se divisaba la ciudad, y donde, decían, habitaba el demonio.
La leyenda urbana cuenta que aquel demonio tenía nombre: ‘Buziraco’, y que no llegó directamente a la capital del cielo, sino que primero hizo escala en Cartagena, en época de la Conquista, a donde llegó con los esclavos africanos procedentes de España. Pero para ellos el demonio no era tal sino el dios de Changó – espíritus de la religión yoruba de África occidental- al que adoraban. Una creencia que la religión católica no pudo quitarles.
‘Buziraco’ se instaló en el cerro de La Popa, y hasta allá tuvo que subir Fray Alfonso de la Cruz Paredes para expulsar al demonio, del que aseguraba, cuentan, tenía forma de macho cabrío: patas de cabra, cuerpo de hombre y largos cachos. Llegó, Fray Alonso, con una misión de la Virgen: construir una iglesia en aquel cerro donde los indígenas y los esclavos rebeldes, a los que llamaban negros cimarrones, adoraban a su dios al son de tambores.
Fray Alfonso de la Cruz Paredes, tras una batalla épica, alcanzó su victoria al tirar al mar una estatua en oro, según la oralidad católica de entonces, con la figura del macho cabrío.
De cerro en cerro
Después de la supuesta huida del demonio del cerro de Cartagena, se dice que este, con los huesos rotos, y tras naufragar por el mar Pacífico, llegó a Buenaventura. Otros se encargaron de que la leyenda contara que ‘Buziraco’ huyó, de monte en monte, hasta llegar a un cerro en Cali.
En lo que sí coinciden los dos relatos es que aquel demonio, o dios, tuvo que ver con los incendios que se apoderaron de los cerros de Cali, en 1837, alimentando la leyenda del demonio del que dicen ya habitaba en un cerro de la ciudad desde hace unos 300 años, y quien era adorado por afrodescendientes que habitaban allí.
La iglesia, que se había encargado de difundir la leyenda, empezó la cacería del demonio. Desde Popayán llegaron con urgencia los hermanos franciscanos: Fray Juan y Fray Vicente que subieron en procesión con las tres cruces de guadua al cerro para clavarlas allí en medio de rezos. Cuentan algunos relatos que cuando clavaron las tres cruces, una voz profunda surgió del cerro maldiciendo la ciudad.
Los dos monjes, cuentan, continuaron cada tres de mayo subiendo al cerro para renovar las cruces de guadua que la intemperie dañaba. Lo hicieron sagradamente hasta 1851, y si no lo siguieron haciendo fue porque se entrometieron en temas políticos que terminaron por alejarlos del país.
Según cuentan, el 24 de diciembre de 1876, en medio de la guerra de las Escuelas – un conflicto político y religioso como manifestación de los intereses del partido Conservador Colombiano en oposición al gobierno de la facción radical del partido Liberal Colombiano – un incendio acabó con las tres cruces liberando a ‘Buziraco’ quien envolvió la ciudad con llamas. Su voz, que amenazó con arrojar el cerro sobre Cali, se escuchó como un trueno.
Los caleños se sentían desprotegidos sin las tres cruces en el cerro, mientras el demonio andaba suelto y lanzando carcajadas en las noches. Había que volverlas a clavar, y así fue. Desde entonces, cada tres años, el tres de mayo, una procesión se dio a la tarea de subir al cerro para restaurar las cruces evitando su deterioro. Así, decían, mantenían la ciudad protegida de ‘Buziraco’.
Pero en 1925 un temblor movió a Cali tumbando varios templos y a las tres cruces del cerro. De nuevo la ciudad quedó desamparada. Fue entonces cuando Marco Tulio Collazos, el párroco de la iglesia de Santa Rosa, que era ingeniero, se dio a la tarea de enfrentarse al demonio recogiendo fondos para volver a construir las tres cruces, esta vez en hierro y concreto para que fueran fuertes frente a los vientos y a los movimientos de tierra.
El tres de mayo de 1937, 100 años después de que los dos hermanos franciscanos Fray Juan y Fray Vicente pusieran las primeras cruces de guadua en la cima del cerro, se levantaron las tres cruces en hierro y concreto, y que hoy pueden ver los caleños, y los turistas que llegan a la ciudad.
El ingeniero Argemiro Escobar, el maestro de obra Luis Felipe Perea, y 80 hombres que por encargo del párroco Marco Tulio Collazos se dieron manos a la obra, fueron los últimos en hacer frente al temido ‘Buziraco’ con las tres cruces que tardaron un año en terminar, y de las cuales la central es la más grande con una altura de 26 metros y 11 de ancho.
Demonio o dios, ‘Burizaco’ o Changó, parece haber quedado atrapado para siempre, quién sabe dónde.
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