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La calle Real de Santa fe de Bogotá

Para recordar a la Bogotá de los primeros años del siglo XX quedan, entre otras muchas, las imágenes de Lino Lara que bien podrían haber inspirado al mejor de los pintores, algo usual en aquellos tiempos. Esta fotografía suya nos mete en el túnel del tiempo llevándonos a un lugar que hoy nos parece desconocido.

Puede ser una de las fotos más hermosas de la Bogotá que se añora. La capturó Lara en 1906, según el registro del Museo Nacional de Colombia donde se encuentra. Faltaban cinco minutos para las cuatro de la tarde cuando Lara disparó y congeló la escena, después de haber insertado la placa fotográfica de cristal en su cámara. De lo que se ve en ella poco queda.

La iglesia de San Francisco, que soporta más de cinco siglos en pie, es lo que queda. Lejos estaba Lino de imaginar que lo que él observaba, a través del obturador de su cámara, poco tiempo después sería echado a tierra. Sobre todo el pasaje Rufino José Cuervo, el primero construido en la ciudad, y que rompió el estilo colonial de la manzana. Fue construido por el ingeniero español Alejandro Manrique, y fue sede, entre otras, del Museo Nacional de Colombia durante nueve años (1913-1922). Terminó demolido en el año 1937, 46 años después de iniciada su construcción.

Frente al pasaje, dos casas separadas por el puente del río San Miguel, con balcones en su segunda planta. En una de ellas funcionaba el expendio de boletos para el tranvía de tracción de mulas que esperaba a los pasajeros, unos pasos más adelante, sobre rieles de acero traídos de Inglaterra que remplazaron a los de madera con los que se había inaugurado aquél medio de trasporte. En parte de los terrenos de estas casas, años más tarde, en 1928, se levantó el lujoso Hotel Granada construido por Alberto Manrique Martín, el hijo del español que construyó el pasaje Rufino José Cuervo. Como el pasaje, tampoco duraría mucho el lujoso hotel: 23 años después de inaugurado fue derrumbado para darle espacio al Banco de la Republica. Fue para muchos la más triste demolición que sufrió la capital.

Sobre la calle Real, hoy carrera séptima, un hombre cumple su oficio de cochero protegiendose del sol con un sombrero de copa alta que parece acomodar mientras va rumbo a la plaza de Bolívar.

Al fondo, camino a San Diego, otra casa de balcón. En ella murió el general Francisco de Paula Santander el seis de mayo de 1840. Desde su habitación en aquella casa el General expresó antes de morir: “Ojalá hubiera querido a Dios tanto como quise a mi patria”. Sesenta años después de que el General expresara su vivo deseo, y cuando Lara tomó la placa, la casa aún se mantenía en pie. Duraría unos años más antes de que a Daniel Pombo Piñeres, maravillado por lo que había visto en un viaje a Londres, se le ocurriera levantar en ese terreno un hotel de lujo, como los londinenses: El Regina. Se inauguró el 17 de abril de 1921 y fue el segundo gran hotel de la ciudad -el Ritz lo antecedió- pero no soportó las llamas del ‘Bogotazo’. Doce años después de aquel 9 de abril de 1948, Avianca compró el lote abandonado y levantó sobre los escombros el que fue durante muchos años el edificio más alto de la ciudad.

Y entre esquina y esquina un parque que hoy sigue siendo parque, y que ha tenido varios nombres. El de Las Hierbas fue el primero, en tiempos de la Conquista; luego San Francisco, en los años de la República (1819-1831); y Santander, en homenaje al que fue su vecino, el Hombre de las Leyes. Desde 1878 este parque es custodiado por la estatua del general Santander, obra del artista italiano Prieto Costa. Entre árboles y fuentes de agua, el General ha observado diferentes cambios en su Parque: lo vio encerrado entre rejas para darle un mayor cuidado, y hasta escuchó los conciertos que allí solía ofrecer la banda de la Policía.

Ahora, al igual que los que aman la ciudad, verá con tristeza como lo han convertido en orinal, en pista de patinetas y en la casa de los que no tienen una para llegar.

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